De por qué a veces

Por ahí me preguntaron que por qué escribí la entrada anterior, y no pude responder. Es difícil resumirlo. Más o menos fue la tristeza que a veces resulta de años de ir viendo y aprendiendo cómo la naturaleza se organiza, interacciona, evoluciona, años de fascinarme con cada encuentro con fauna, con cada ecosistema que tengo la dicha de pisar; y al mismo tiempo, la desolación que me pega al ver cómo todo eso se está desvaneciendo tan rápido y tan burdamente. Es muy abrumador ver la magnitud del problema ambiental en que estamos metidos y ver cómo estamos haciendo todo lo contrario para revertirlo.

Trabajar en los fragmentos de selva en la Lacandona te recuerda esa realidad cada día constantemente. Hacia dónde volteé hay kilómetros y kilómetros de ganado, palma, o milpa, donde hace no más de treinta años se erguían ceibas y caobas inmensas atestadas de vida, cubiertas de lianas y epífitas. Kilómetros y kilómetros que fueron desmontados a machetazos y motosierras, y después quemados, eliminando toda evidencia de aquella red compleja de vida que tomó millones de años en establecerse. Cuando estoy por aquí, odio el sol… porque es seña de que la selva ha desaparecido; el dosel de la selva madura es tan denso que no deja pasar los rayos del sol, no importa que no haya una sola nube. Cuando estoy por aquí, odio las casas de madera; no puedo evitar reconstruir mentalmente los árboles a partir de los tablones que hacen mi casa.

Y al estar trabajando de “éste lado del río” –donde no es reserva– me toca ver cómo la devastación sigue, y sigue, y sigue. También sé que sigue del otro lado de la reserva. Pero al trabajar en los fragmentos de selva, todo el tiempo me enfrento con pedazos nuevos de selva convertida en cenizas cayendo del cielo. Es muy doloroso ser testigo de la devastación. Es muy impotente ver que aún no puedo hacer nada para frenarlo. Son demasiadas bocas que convencer para que opten por otro aprovechamiento de su tierra; aún más difíciles de convencer si no tienen educación. Son intereses millonarios los que están de fondo. Son tantos países en la misma situación. Es tanta la urgencia y tan lento el progreso.

Las ceibas nos recuerdan lo alto que llegaba a ser la selva.

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