Ser una mujer en el ejido

Irme a vivir a Loma Bonita significó hacer innumerables modificaciones a mi estilo de vida; a casi todas éstas les di la bienvenida con una sonrisa, pero aquellas que tienen que ver con ser mujer me siguen costando. Amo la soledad que este proyecto me ha permitido experimentar, me encanta ese pasar del tiempo estando sola conmigo y con Janga, fumar mi pipa lentamente mientras Janga juega y las aves se alborotan alistándose para dormir, pasar horas leyendo en la hamaca sin que nadie me interrumpa. Me encanta la libertad de tener una casita entera para mi, tener espacio para que mi persona se expanda. Pero esta soledad también genera mucha vulnerabilidad cuando pongo un pie fuera de casa.

Cuando llegué a Loma, no me sentía cómoda en ningún momento del día. Para ese entonces, yo trabajaba con otro guía que, además, era mi casero. En la chamba no nos entendíamos bien (ver “Un equipo de trabajo”), y eso hacía que se creara una situación muy tensa: una mujer sola a la mitad de la selva junto con un hombre mamado y macho con el que claramente no estaba congeniando. La situación se ponía todavía más incómoda cuando había que pasar un alambrado y me detenía el alambre de púas: ahí tienes de dos, o te agachas dándole las nalgas, o te agachas pasando frente a su paquete. Entonces, todo el tiempo en campo tenía que cuidar cómo me agachaba, los roces de piel cuando me pasaba una cosa, cómo me expresaba, todo el tiempo estaba alerta. Luego en la casa me tocaba comer con él codo a codo. Ahí sí era su territorio, y hacía claro su reinado jalándole los tirantes del brassiere a su esposa y echándose en la hamaca a ver tele mientras comía cacahuates y tiraba las cáscaras en el suelo. Yo calladita. Pero era tenso. Todos los días, todo el tiempo era tenso. Incluso para dormir tenía pesadillas y al despertar sentía presión en el pecho. Fue hasta que regresé a San Cristóbal después de haberme ido a la selva, que me di cuenta de la presión constante que estaba viviendo y que ya había normalizado cómo mi forma de vida. Temblaba. Me sentía extraña de poder enseñar mis hombros. Lloré sin saber por qué, pero ahora sé que fueron las lágrimas que me tragué por miedo a verme débil.

Ahora las cosas han mejorado mucho con mi nuevo guía, Adolfo. Es una persona padrísima, muy respetuosa y amable, no hubiera podido hacer mi proyecto si no fuera por él. Ahora la tensión se ha transladado a un grupo de jóvenes que me chiflan y me gritan de cosas cada vez que me ven pasar. Como ahora ya rentan internet en una casa del ejido, me suelo topar ahí a los que me chiflan. Cuando estoy ahí se empujan, eructan, hablan entre ellos de “la bióloga”, y yo sentada ahí a dos metros de ellos; por eso los llamo “los gorilas”. Un día, José, el hijo de Marta (mi casera y esposa de mi ex-guía) cumplió años e invitó a los gorilas a cenar a su casa. Yo le pago a Marta para que me haga de comer y ese día habían venido tres amigos a visitarme (chéquenlos!! —> BeCycling.net, @becycling), entonces me acerqué a la mesa con los gorilas comiendo para preguntar cómo iba a estar la cosa. En ese medio minuto nos llovió una cantidad de guarradas, y ni les importó que había un hombre acompañándonos. Lo que me sorprendió (y no, a la vez) es que ni Marta, ni José les dijeron nada. Nos guardamos en mi casa mientras esperábamos a que se fueran. Mis amigos se sorprendieron de lo confianzudos de estos jóvenes, han viajado por todo el mundo pero no les había tocado que se pusieran así, quizás y es porque vivo aquí. Mi amiga Nade me preguntó que por qué no hablaba con ellos en buen plan en vez de estarlos ignorando, pero es que siento que me podría salir el tiro por la culata y luego podría tenerlos aquí visitándome en la casa creyendo que quiero algo con ellos. Creo que de lejitos es la mejor opción.

Lo bueno es que no me ha pasado nada realmente malo, pero puedo ver fácilmente cómo podría pasar. Y eso es algo que extraña vez se considera en los proyectos de campo. Como que las mujeres que trabajamos en campo partimos asumiendo que nuestro guía nos va a tirar la onda pasivo-agresivamente, pero eso es una situación extremadamente desgastante a largo plazo, más si estás sola y sin tregua de la situación. Yo no hubiera podido continuar mi proyecto por un año con el mismo guía de campo, y sé que Adolfo es una excepción por no ser un macho prepotente. Luego agregándole cómo estoy en una zona fronteriza donde a veces en las noches se oye cómo “juegan” con armas de ráfaga, la cosa se pone más tensa; sé que en un encuentro con el narco a mi me meterían a la trata de personas, pagan más por una güerita. A lo que voy es que esto es “un elefante en el cuarto” que todos deciden ignorar en el momento de planear un proyecto. Una vez más es el factor humano que siempre nos falta considerar en la teoría. El mismo factor humano que seguimos sin poder integrar a nuestros proyectos de conservación.

2 thoughts on “Ser una mujer en el ejido

  1. Hola Sabine, Te nomino para el Premio Mystery Blogger! Felicidades!

    Cinco preguntas para ti:

    1. ¿Cual es la parte de escribir blog que más te gusta?
    2. ¿Cuál es tu categoría preferida para leer (misterios?;)
    3. Primer borrador: bolígrafo o teclado?
    4. ¿Qué inspira tu escritura, arte o fotografia?
    5. Pregunta tonta: Gelatina de lima o flan de coco para el postre?

    Para más information sobre la blogista “Okoto Enigma”, creadora original del premio, o para sus reglas para el premio, favor de mirar su sitio web o el mio. Hasta pronto, Rebecca

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  2. Hola Sabine,
    Hace unos días te vi en un post que hizo Santa Lucía Conservancy y se me hizo muy familiar tu cara. Luego recordé que nos conocimos en un temazcal cerca de Xico, cuando estabas por irte a la selva lacandona. Te googlee y encontré tu blog. Me parece increíble porque es un poco como leerme a mí misma y las experiencias que he tenido en campo, desde que estuve en la selva ecuatoriana casi un año, hasta trabajando en campo a cargo de 40 hombres en un rancho cerca de Valle de Bravo. Conozco muy bien esa tensión de la que hablas y de la incomodidad y soledad que experimentas como mujer en ambientes cargados de machismo, sobre todo machismo rural siendo la güera.
    Bueno, solo quería agradecerte por publicar estas experiencias. Al menos al leer que le pasan a otra, me siento menos sola.
    Te abrazo en sororidad, de una ecóloga a otra.

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